En el auditorio de ICPNA de Miraflores se presenta ‘Casa de perros’, obra escrita por Juan Osorio, bajo la dirección de Jorge Villanueva y la producción del Teatro de la Universidad Católica.
‘Casa de perros’ propone una historia ambientada en una hacienda en Oyotún, al norte del país, durante el primer año de la Reforma Agraria. A este lugar retorna un joven luego de un año de ausencia. Su llegada, y la forma en que se vincula con el pueblo, genera un permanente estado de tensión. Y es que él busca develar algunos misterios sobre sucesos que la comunidad, para su convivencia pacífica, ha optado por dejar en el olvido.
La batalla del protagonista por lograr su objetivo -saber qué fue lo que pasó con su hermano muerto- se enfrenta a los intereses de su padre y su cuñado, quienes se encuentran en campaña política para gobernar el pueblo. Así, se expone con dureza cómo los intereses personales y la búsqueda del poder pueden estar por encima de los principios familiares.
La progresión de la obra, que incluye la paulatina exposición de secretos personales y colectivos, se desarrolla en un clima de misterio. Éste se sostiene tanto en los planos de la realidad -el florecimiento de secretos- como en los de lo fantástico -la presencia fantasmal de un grupo de mujeres-.
La complejidad del texto, y la abundancia de personajes, permite que la obra aborde diversos matices de esta comunidad cooperativista: la tradición agraria, la duda general sobre el futuro -seguir trabajando la tierra o tentar el progreso en la ciudad-, la búsqueda de un líder al cual someterse -expresando una especie de nostalgia del patrón-, la presencia de rencillas personales y políticas, y una constante atmósfera de inamovilidad barnizada por la superstición.
Asimismo, la obra aporta una mirada sobre el rol de las mujeres en las comunidades agrarias durante estos particulares tiempos de cambio: la mujer como fuerza de trabajo, la mujer como engendradora de vida, la mujer en pugna entre el sometimiento y la búsqueda de un futuro diferente.
Finalmente, ‘Casa de perros’ expone una manera de entender el ejercicio del poder que se sostiene, más allá de posiciones ideológicas, en una visión autoritaria y corrupta.
Esta diversidad temática se hace posible gracias a un continuo balance en el protagonismo de los personajes principales e, inclusive, de los corales (el pueblo, las mujeres aparecidas).
La puesta en escena cuenta con una escenografía minimalista y modular que le permite intercambiar espacios internos -la sala, la cocina- y externos -el campo, la plaza-. Así, mediante el traslado de algunos pocos elementos, el montaje consigue fluidez en el tránsito entre escena y escena.
Misterio, extrañamiento e inmovilidad caracterizan el tono de la puesta. Su ritmo pausado, especialmente durante el primer acto, permite que toda la información que portan los diversos personajes sea adecuadamente atendida.
Éste ritmo es intervenido, a modo de desfogue, por escenas corales sostenidas en el texto y/o el movimiento. Ello sucede, principalmente, en los momentos del trabajo campesino. En éstos, los intérpretes manipulan atados de caña, con los cuales componen cuadros coreográficos y teatrales.
Esta apuesta de alternancia rítmica y visual no evita que la parsimonia inicial afecte a la percepción total del montaje. Y es que un texto que cuenta con tantas piezas para armar -personajes, anécdotas, secretos- corre el riesgo de resultar demasiado extenso. Así, la dirección asume los riesgos de plantear un estilo que prioriza el adecuado procesamiento de la información.
Sin embargo, la estructura de develamiento progresivo permite que la última parte del montaje desfogue con solvencia los niveles de tensión acumulado. Y así, al llegar al desenlace final, construya una imagen ritual que plantee una atmósfera sanadora que purgue la historia de los personajes.
‘Casa de perros’ es una obra que se ambienta durante el periodo de la reforma agraria pero que no necesariamente la aborda de lleno. Está más cerca del drama familiar, al que se suman las intrigas de un pueblo chico, que del drama histórico. Es el protagonista, en su búsqueda de la verdad, el que devela matices particulares -relaciones de poder, democracia cooperativista, corrupción, manipulación- del periodo temporal y el territorio geográfico donde se desarrollan los eventos.
El componente misterioso y fantástico guía al texto y es adecuadamente sostenido a lo largo de la puesta en escena. Así, los fantasmas de las mujeres, las menciones a los perros muertos y la enunciación de historias y supersticiones, componen una atmósfera sensorial de extrañamiento correspondiente a otro tiempo y espacio. Ello se conjuga en un correcto balance entre un estilo de actuación naturalista que se combina con momentos de carácter simbólico.
Finalmente, la mención a los perros colgados, o el desenterramiento de cadáveres para darle una sepultura digna -imagen con la que termina la obra-, son claros guiños a una realidad más reciente. E invitan, junto a las claves políticas del montaje, a revisar los paralelos históricos que como sociedad seguimos repitiendo.
(*) Imagen tomada de aquí.
Dramaturgia: juan Osorio.
Dirección: Jorge Villanueva.
En escena: Stephanie Orué, Ismael Contreras, Irene Eyzguirre, Jorge Armas, Mario Ballón, Julio Lázaro, Alejandra Campos, Sebastián Ramos, Beatriz Ureta, Daniel Cano, Carlos Acosta, Rolando Reaño, Katiuska Valencia, Muki Sabogal, Alfredo Carreño.
Asistencia de dirección: Rodrigo Chávez.
Composición musical: Benjamín Bonilla.
Diseño de escenografía e iluminación: Marcello Rivera.
Diseño de vestuario: Ramón Velarde.
Asesoría de movimiento: Mónica Silva.
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