CRÓNICA. Cholo – Peruano

‘Cholo – Peruano’, dirigida por Christian Olivares, se estrenó el 4 de octubre pasado. Esta obra de danza teatro fue ganadora de Ayudas a la Producción – Exhibición de Artes Escénicas del Centro Cultural de España para el 2013.

La propuesta de este montaje rompe un modelo ya reiterativo en las obras premiadas anualmente. Para empezar, ¡no es un dúo!, es una propuesta para tres intérpretes; y además decide exhibirse en un espacio exterior al auditorio del Centro Cultural. Con ello, se asume el riesgo de realizar una propuesta para espacios abiertos- sus presentaciones se desarrollaron en los jardines del Parque Washington -.

El espacio escénico de ‘Cholo – Peruano’ se encuentra definido por una estructura metálica, la cual es el elemento escenográfico principal. Dicho elemento contiene al espectáculo, reta las capacidades físicas de los intérpretes y les permite desenvolverse en diferentes niveles.

La propuesta coreográfica de este espectáculo podría ser resumida en tres grandes ideas que en algunos momentos son independientes y en otras dialogan en conjunto: lo festivo/popular, relacionado a las fiestas andinas o a ‘una forma andina de festejar’; lo masculino/agresivo, vinculado a la fortaleza, la lucha, el sometimiento o la demostración de habilidades; y la destreza física vinculada al uso de  la estructura escenográfica.
Todo estas propuestas de movimiento se amalgaman en la potente energía de los intérpretes; así como de una estética popular, achorada.

Además del trabajo coreográfico, ‘Cholo-Peruano’ se vale del desarrollo de cuadros, acciones y gestos; así como del uso de  diferentes elementos de proveniencia andina, del sincretismo y la cultura popular: vestuarios y máscaras de fiestas andinas, sogas, hoja de coca, cal, una cruz, una carretilla de cargador, etc.

La suma de todos estos elementos busca llevarnos a revisar distintas ‘prácticas culturales’, así como – a partir de ello – hacer una reflexión ‘sobre nuestra identidad’ (*); objetivos del discurso de la obra.

Sin embargo, el hecho de que gran parte de los elementos que aparecen en escena – los cuales no son pocos – lo hagan por breves momentos, y sin mayor desarrollo, no aporta a fortalecer la intención de sus presencias ni el valor simbólico de los mismos.
Similar situación sucede con los momentos ‘más teatrales’ – gestuales o de pequeñas acciones -; los cuales, por su brevedad, en ocasiones no terminan de otorgarle al espectador las pistas suficientes para valorar su presencia en escena. Ejemplos concretos de ello son las secuencias con la carretilla o la cruz; las cuales se desarrollan con gran destreza física y atractivo visual, pero que una vez concluidas corren el riesgo de flotar en la intrascendencia con respecto a una percepción integral de la obra. Estas apariciones breves, o poco desarrolladas en algunos casos, generan un riesgo de que estos momentos pierdan importancia e interés en la memoria del espectador; invitando a una percepción fragmentada de la puesta en escena.

Por otra parte, los momentos mejor desarrollados son los que tienen que ver con el uso múltiple de la escenografía y las escenas de competencia, solidaridad o lucha.
Los primeros permiten observar un trabajo exigente y arriesgado; usando de diversas maneras cada uno de los niveles, bases y postes que la estructura ofrece. Lo cual revaloriza la presencia del objeto escenográfico, cargándolo de significados.

Las escenas de competencia, solidaridad y lucha nos permiten, además, disfrutar de potencia y calidad interpretativa, momentos de tensión, un gran desarrollo coreográfico y alto nivel de comunicación escénica entre los intérpretes. (Ambos momentos estarían inscritos en lo que he denominado lo ‘masculino/agresivo’).

Estas características de la puesta en escena, sumadas a lo ambicioso de las intenciones de su discurso – exponer el resentimiento, el racismo, el machismo, el alcoholismo, la migración -, generan que la potencia de los momentos más efectivos – lo ‘masculino/agresivo’ –  terminen teniendo mayor presencia e impacto que los momentos ‘teatrales’ o ‘simbólicos’. Si a todo esto le sumamos la presencia de tres intérpretes varones, la obra termina invitando a priorizar una lectura de género; en la cual el peso del discurso pasa menos por las premisas iniciales y más por el ‘comportamiento masculino’ como práctica cultural.

‘Cholo-Peruano’ toma el riesgo del espacio público, de temáticas complejas y una estructura escenográfica retadora; y lo hace con potencia y atrevimiento. La amplitud y complejidad de los temas que pretende tratar, así como lo abundante de los recursos simbólicos con los que trabaja, aún no le permite concretar con claridad su discurso; pero cuenta con material suficiente para potenciarlo.

Dirección: Christian Olivares.
En escena: Christian Olivares, Augusto Montero, Miguel Campana.
Música: Mino Mele / Giovanni Lama.
Fotografía: Renato Perez/ Eduardo Flores.
(*) Los entrecomillados fueron extraídos del programa de mano.
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