CRÓNICA. Halcón de Oro – Qoriwaman

Los días 25, 26 y 27 de Abril se presentó, en la Casa Yuyachkani, ‘Halcón de Oro – Qoriwaman’, unipersonal de Rodolfo Rodríguez dirigido por Ana Correa. Espectáculo estrenado el año 1992, como parte del CEXES (Centro de experimentación escénica) – Yuyachkani, que se ha presentado en contadas ocasiones a lo largo de estas más de dos décadas.

Según se puede leer en el programa de mano, este unipersonal plantea «la historia de un joven ex combatiente recluido en un manicomio en tiempos sombríos y su relación con un sacerdote andino, quien a través de diferentes pruebas buscará que recupere la memoria y se encamine  una vida de servicio y sanación”. Para cumplir con estos objetivos ‘Halcon de Oro – Qoriwaman’ se vale del uso de diversas técnicas; tales como la danza, el gesto, el movimiento y la pantomima. Todo ello sumado a una profunda investigación sobre el uso del elemento y una cuidada propuesta plástica.

El montaje nos propone un escenario vacío, habitado únicamente por el intérprete – cuerpo cubierto de blanco, torso desnudo, pantalones raídos, cabeza rapada – y un viejo catre. Es la relación entre el personaje y el elemento – a través de acciones físicas y composición de imágenes – la que nos va dando señales de su estado emocional – cuando no mental – y referencias sobre el encierro, la soledad, la locura. De esta manera, a través de lo simbólico, se propone un ambiente oscuro, denso.

Es luego de una larga acumulación de tensión que aparece un personaje ataviado con un traje, en color hueso, que hace referencia a los ukukus de las fiestas cusqueñas. Este desarrollará su interacción con el personaje principal – en sus diferentes apariciones – a modo de un shamán. Dicho vínculo genera un ambiente ritual – por momentos demasiado críptico – que propicia la aparición y el desarrollo de otras dinámicas de acción y energía.

Es así que, si se inició con un ambiente denso y oscuro para pasar a uno ritual y enigmático, este último desencadena transformaciones en el personaje. Las cuales lo llevan a picos de energía física y a la exposición – a través del uso de los elementos, de las acciones físicas y de la pantomima – de situaciones de aluden al proceso de violencia que vivió el país en las décadas de los 80s y 90s.

Llegado a este punto, la estructura que propone la directora cumple un ciclo que veremos progresar a lo largo del montaje. Dicho ciclo podría describirse como de contexto/densidad/acumulación – ritual/transformación – explosión/memoria. Siguiendo esta lógica, apreciamos que luego de llegar al clímax energético se retorna a un punto de aparente calma y concreta densidad para, desde ahí, volver a construir un nuevo ciclo de procesos de transformación y memoria.

Esta aparente simpleza estructural no deja de ser  un reto para el espectador, dada la naturaleza simbólica de la propuesta. Es así que, si bien se le entregan pistas al espectador, igualmente se demanda de su atención.

Se debe señalar, además, que los mencionados picos y descensos se logran a partir del gran despliegue físico del intérprete; quien modula sus energías para atravesar los distintos estados utilizando una gran variedad de técnicas escénicas. Asimismo, el trabajo con los elementos deja entrever un largo proceso de investigación. Lo cual permite construir desde imágenes muy sencillas y simbólicas hasta momentos espectaculares y de riesgo.

Por otro lado, hay que acotar que los procesos de transformación – la aparición de un personaje femenino y de un ukuku, por ejemplo – pueden ser confusos para un público no cercano a elementos de la cultura andina.

Mención aparte para la música usada en el montaje. Esta, si bien aporta en la construcción de las distintas atmósferas, por momentos puede tender a redundar y acercarse a la caricatura. Esto se percibe en el uso de sonidos ‘telúricos’ para los momentos del ‘shamán’. O en la presencia de propuestas rítmicas que acompañan los desplazamientos del actor dando la sensación de pautas marcadas; invadiendo sutilmente, en su intento de reforzar un ambiente, las atmósferas creadas por el cuerpo y la energía del intérprete.

Algo similar ocurre con ciertos momentos de acción en pantomima; los cuales – si bien sirven para reforzar el significado de acciones, desplazamientos y movimientos – por momentos son demasiado gráficos y van en una dirección contraria a toda la propuesta simbólica.

Cabe acotar que partir de la idea de la locura como concepto suele ser un camino que permite albergar todo tipo de propuestas, con graves riesgos de perder el foco de la dirección. Sin embargo, ‘Halcón de Oro – Qoriwaman’ parte de este concepto para entrar y salir de él; siendo, más bien, un punto de partida que permite abarcar otros temas – por ejemplo, las razones que llevan a su personaje principal al desequilibrio mental – tan desquiciantes como la misma idea de la locura.

‘Halcón de Oro – Qoriwaman’ construye un discurso a partir del cuerpo del intérprete, acompañado por una estética cargada de simbolismo. Recurre para ello a un laborioso trabajo del uso del elemento, una cuidada propuesta plástica y  a los distintos saberes físicos del actor. Reta al espectador, a través de su estructura – superando dificultades para quien no esté familiarizado con la cultura andina -, a involucrarse en un recorrido por la memoria ajena y la propia, un viaje de la locura de la violencia a la insana realidad de la (pos)guerra.

Dirección: Ana Correa.
Cuento original: Rodolfo Rodríguez.
Creación Colectiva: Rodolfo Rodríguez, Fidel Melquiades y Ana Correa.
Asistencia y concepción plástica: Fidel Melquiades.
Diseño de luces: Fidel Melquiades.
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