CRÓNICA. La hija de Marcial

‘La hija de Marcial’, obra escrita y dirigida por el cineasta Héctor Gálvez, se presentó en el Teatro Juan Julio Wicht del Centro Cultural de la Universidad del Pacífico.

En la oscuridad de la sala, una atmósfera sonora envuelve a la platea. Un reiterativo llamado de cuerdas con toques andinos precede la aparición, en medio de penumbras, de un hombre que trabaja la tierra con un pico. Su accionar marca un ritmo visual y sonoro; el cual se ve alterado por la irrupción de un sonido distinto. El hombre se detiene, se agacha, busca entre la tierra, saca de ella una prenda de lana. Se pone de pie, convoca a otro personaje, ambos se santiguan frente al hoyo en la tierra.

Así, sin palabras, Gálvez introduce al público en la dinámica de ‘La Hija de Marcial’: la historia de un cuerpo que aparece, contada a través de la espera, los silencios, la construcción de atmósferas.

La obra, ambientada en un pueblo del ande peruano, expone la historia de una joven cuya vida se ve trastocada por el accidental hallazgo del cuerpo de su padre desaparecido. Un poblador encontró el cadaver mientras iniciaba las obras para una construcción dentro de su propiedad. La relación entre este hombre y la joven es tensa, pues el proceso legal necesario para retirar el cuerpo, y realizar su entierro, posterga el inicio de sus actividades.

De esta manera, mientras la joven se enfrenta a las presiones del propietario del terreno, debe lidiar -a través del alcalde del pueblo- con la burocracia estatal. Mientras, en simultáneo, se confrontar emocionalmente con su historia familiar -la desaparición de su padre, la decadencia de su madre- y con cómo ésta afecta a su relación con el resto del pueblo.

Gálvez propone un código de actuación naturalista, pero no resiga la presencia de elementos simbolistas. Así, la manera en que presenta a  un grupo de viudas y sus deudos desaparecidos -dos actores desnudos portando flores-, o a la madre en el recuerdo de la hija -uno de los actores inclinado, portando un sombrero sobre su espalda- disloca la continuidad estilística;  sorprendiendo y fortaleciendo el extrañamiento de una atmósfera ya cargada por el peso de una historia sin visos de resolución.

El ambiente de permanente tensión que ofrece el montaje se apoya en la progresión de la anécdota y el permanente roce entre sus personajes, además del aporte de los elementos lumínicos, visuales y sonoros.

Y es que ‘La hija de Marcial’ ofrece un cuidadoso diseño de luces. Éste combina acertadamente atmósferas de color con la opacidad de las sombras, construyendo espacios igualmente opresivos y bellos. A ello se suma la ya mencionada efectividad de los ambientes sonoros y la presencia de una proyección de video -al fondo y en lo alto del escenario- que, con paisajes de amanecer o noches estrelladas, fortalece y acompaña las atmósferas temporales y dramáticas de la obra.

La propuesta escenográfica combina realismo y practicidad. En el fondo del escenario una pared que representa la fachada del antiguo colegio del pueblo delimita el espacio escénico. Este elemento le genera un peso excesivo al diseño, pues el resto de ellos -a la izquierda, una carpeta; a la derecha, una vieja mesa-, facilitan el tránsito de la protagonista entre los diferentes espacios físicos y temporales y dinamizan una propuesta cuyo foco se encuentra en el centro del escenario -donde se ubica la tierra levantada que luego es adornada como una tumba-.

La estructura dramatúrgica de ‘La Hija de Marcial’ alterna lugares y conflictos en las cuales la protagonista se confronta con las demandas del pasado y la familia -un padre al que solo conoció por referencias, las promesas hechas a la madre-, y de la realidad presente -el propietario del terreno, las viudas, el novio, el Alcalde, la relación con el pueblo-.

De esta manera, hilando entre esos encuentros, ‘La Hija de Marcial’ expone la realidad a la que se enfrenta una persona en la búsqueda de darle sepultura a un familiar detenido y desaparecido; y la silenciosa y tensa relación que sus acciones generan en el resto de su comunidad.

Ello va aportando pistas sobre la razón de la muerte del padre e invita a intuir el desenlace. Es aquí donde aparece una de las debilidades del montaje. Pues, al existir una sospecha sobre lo que ocurrirá -develamiento de las razones de la muerte del padre por sus vínculos con los grupos violentistas, negativa del pueblo al enterramiento del cadáver en el cementerio local- la demora en la resolución de los acontecimientos genera un desgaste en la expectativa del espectador. (*)

Sin embargo, esta espera, y el extenso drama que vive la protagonista, abre la silenciosa posibilidad de acercar al público a plantearse nuevas miradas sobre la memoria de la violencia que vivió el país en el periodo ’80-2000.

Y es que ‘La hija de Marcial’ trasciende al discurso hegemónico -el de un enemigo vencido por un salvador- y al oficial -del campesino entre dos fuegos-, y se acerca a las pequeñas historias que pueblan la memoria del pasado reciente. Así, nos enfrenta al derecho de una joven -inocente- a enterrar a su padre -victimario-. Nos confronta con la posibilidad de entender que han existido roles superpuestos e intercambiables entre víctimas y victimarios. Y nos acerca a la pregunta acerca de nuestra mirada sobre el estigma que cargan los hijos de estos últimos.

Gálvez tiene el gran mérito de convocar la complejidad de los estudios históricos y antropológicos en una historia, en una anécdota, y lograr ponerla en escena con solvencia. Agrega a ello el hecho de lograr que un elenco diverso en formación, estilo y edades logre componer un código actoral homogéneo que dialogue con la cuidadosa composición de atmósferas sonoras y visuales.

(*) Esta afirmación se puede poner en cuestión si se piensa en un público que no esté al tanto del proceso de violencia sufrido en el país entre 1980 y el 2000.

(**) Imagen tomada de aquí.

Dramaturgia y dirección: Héctor Gálvez.
En escena: Beto Benitez, Kelly Esquerre, Gerald Espinoza, Julián Vargas.
Dirección adjunta: Maricarmen Gutierrez.
Diseño de escenografía: Juan Sebastián Domínguez.
Diseño de iluminación: Mario Bassino.
Diseño de vestuario: Ramón Velarde.
Realización de videos: Aldo Cáceda.
Diseño sonoro: Santiago Pillado-Matheu.
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