El pasado fin de semana concluyó la temporada de ‘Nunca llueve en Lima’, obra escrita por Gonzalo Rodríguez Risco, dirigida por Alberto Ísola y co-producida por el Teatro Británico y Escena Contemporánea.
Este montaje, de estilo naturalista, se desarrolla a partir de la anécdota del encuentro de dos familias en crisis. Una antigua familia aristocrática, en situación de decadencia económica, ha puesto en venta su casa pese a las objeciones del abuelo – propietario de la misma y patriarca del clan -. Durante la visita de una familia de potenciales compradores se desata una inesperada y torrencial lluvia. Esta situación obliga a ambos grupos a permanecer encerrados y convivir por un tiempo indeterminado.
Así el trance del encierro y la convivencia forzada revela y magnifica, paulatinamente, las diferencias personales; tanto en la interacción entre ambos grupos, como – especialmente – al interior de cada uno.
Pero, si bien el texto expone las pugnas dentro del grupo de visitantes, es en los conflictos y las contradicciones de la familia de propietarios donde el montaje se centra. De esta manera, cobran especial interés las dinámicas generadas a partir de la negativa del abuelo a vender la casa; situación que muestra su negación a comprender y aceptar su realidad y la de los suyos (hijo con problemas emocionales, sociales y laborales, nieta con sueldo de subempleo que debe sostenerlos económicamente).
Este enfoque, que propone como eje al abuelo, opta por apoyarse en el carisma del personaje y del actor; condición que se replica con el resto del elenco y sus personajes. Ello contribuye a la construcción de un ambiente tierno y tragicómico donde, pese a lo dramático de la situación y lo patético de muchas circunstancias, se invita al espectador a la sonrisa y la empatía.
Así, ‘Nunca llueve en Lima’ propone el desarrollo de una historia que, paradójicamente, podría acontecer en otra ciudad (real o ficticia). Y es que, al adoptar un enfoque que prioriza el carisma, la ternura y la empatía, se dejan de lado – o se tratan superficialmente – elementos y situaciones que podrían considerarse como esencial y controversialmente limeñas. Ya que frases asociadas al imaginario racista (“tú eras blanca”, “sigues siendo el mismo cholito”, “cholo pendejo”, “gringo inocente”), de diferencias de clase (“me metieron a un colegio de gringos pitucos”) o de contexto socio-político (“un par de gobiernos corruptos se encargaron de estatizar” -¿esta sería una referencia a Velasco y las nacionalizaciones?- ) resultan anecdóticas, pese a su densidad, y pierden importancia – a nivel macro – frente a la única mención de referencia geográfica (“en Lima nunca llueve”).
La puesta en escena de ‘Nunca llueve en Lima’ se destaca por la presencia de una imponente escenografía que muestra el interior de la vieja casona. Sus dos balcones interiores, junto a las varias puertas colindantes al salón principal, aportan positivamente a la dinámica de la acción teatral. El uso del espacio escénico ofrece una apropiada composición visual, así como equilibrio entre las escenas colectivas y los momentos intimistas.
A ello se suman el diseño lumínico, que compone atmósferas con sensibilidad y agudeza; y un gran trabajo de sonorización, que va desde efectos cercanos a la música concreta hasta piezas sonoras delicadas y cautivadoras.
‘Nunca llueve en Lima’ desarrolla su propuesta con inteligencia y talento. La suma de capacidades puestas en juego componen un montaje que, apoyándose en el carisma de los actores y los personajes, resulta esperanzador y, quizá, entrañable.
Sin embargo, no puede dejar de mencionarse que la corrección de los elementos que componen la puesta en escena dialoga con la otra corrección – la política – de su contenido (lo cual la hace irónicamente limeña).
Y es que ‘Nunca llueve en Lima’, mientras se aleja de los contenidos más polémicos del texto, invita al espectador a identificarse – por empatía – con los personajes de la familia burguesa en decadencia; con su miedo al cambio, con su terror a la realidad. De esta manera refuerza un lugar común del discurso limeño tradicional: la nostalgia por ‘una Lima que se va’. Un discurso ‘aspiracional’ – usando el lenguaje de los publicistas – que pone a la ‘vieja Lima señorial’, a través de la añoranza, en contacto con los actuales habitantes de esta ciudad.
(*) Imagen tomada de aquí.
Dirección: Alberto Ísola.
En escena: Haydeé Aranda, Lucho Cáceres, Patricia Barreto, Carlos Tuccio, Magali Bolívar, Emanuel Soriano, Pold Gastello.
Dramaturgia. Gonzalo Rodríguez Risco.
Diseño de luces: Mario Raez.
Diseño de escenografía: Marijú Núñez Malachowski.
Realización de escenografía: Daniel Cipriano.
Diseño y edición de sonido: José Balado.
Selección musical: Alberto Ísola.
Vestuario: Magnolia López de Castilla.
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