En el Centro Cultural Ricardo Palma de Miraflores se presentó ‘El arco iris en las manos’, obra escrita por Daniel Fernández y que fuera premiada con el tercer puesto en el Concurso Nacional ‘Nueva Dramaturgia Peruana 2015’ del Ministerio de Cultura. El montaje fue dirigido por Dusan Fung y producido por Imaginario Colectivo.
‘El arco iris en las manos’ expone la historia de una joven mujer transgénero (Mario/Marita) que se gana la vida como trabajadora sexual. Ella, en su decisión de iniciar estudios de contabilidad en un instituto, se ve confrontada con la compleja relación que tiene con su amante y con su propia madre.
El diseño escénico de la obra está compuesto por tres tarimas ubicadas al borde del escenario. Un micrófono ubicado en la tarima central -más alta que las laterales-, y un catre a uno de los lados, son los únicos elementos escenográficos. Una linea de luces de colores, discreta referencia a escenarios discotequeros, se ubica al borde de cada tarima. Dos banderas -una gay, la otra, transgénero- coronan, desde lo alto, el escenario.
A partir de estas características escenográficas -los diferentes niveles de las tarimas, la escasez de elementos- el montaje logra una adecuada fluidez entre los distintos espacios ficcionales de la obra. Pues los tránsitos entre el cuarto de Marita, la casa de su madre y los espacios urbanos son resueltos con sencillez y claridad.
El texto, desde su estructura dramática, presenta tres bloques que coinciden con el paso del tiempo ficcional.
Una primera parte presenta a los personajes, las situaciones y los conflictos. Por un lado, la relación de Marita con su madre. Una mujer cruel y manipuladora que la rechaza por su condición identitaria y laboral, pero que no tiene reparos en exigirle dinero. Por el otro, el vínculo con su amante. Un rufián que, pese a más de diez años de relación, le ofrece afecto a escondidas y le pide dinero. Así, mientras él lleva una vida pública de ‘macho soltero’, ella debe esperarlo en su cuarto. Finalmente, la relación con ‘Vandrea’, una mujer transgénero mayor que ella, su mejor amiga, confidente y cuidadora, que la alienta en sus proyectos y le aconseja liberarse del peso de las relaciones dañinas.
En la segunda parte de la obra, los conflictos entre los personajes alcanzan un pico que los lleva a su resolución. Pese a lo dramático de cada confrontación, la protagonista decide poner fin a su dependencia emocional cortando el vínculo con su madre y con su amante.
Así, en el bloque final -donde la protagonista consigue su objetivo de culminar sus estudios- la obra propone encuentros y situaciones que buscan cerrar los cabos sueltos de cada personaje y fortalecer el contexto general de la historia.
Estos tres bloques comparten entre sí la presencia de diálogos, monólogos y la presencia de la figura del narrador-testigo. Éste aparece desde el inicio del montaje, incluido con sutileza en la primera escena, en el personaje de ‘Vandrea’; quien con sus comentarios y acotaciones -dirigidos al público- expone y contextualiza detalles del universo de la obra.
Sin embargo, la práctica de este ‘monólogo de contexto’ no es exclusiva de ‘Vandrea’, como tampoco el éxito de su uso. Pues, si bien Marita lo utiliza con similares objetivos -exponer un universo, componer una atmósfera-, los monólogos de la madre, la hermana y el amante resultan explicativos sobre las decisiones de cada uno. Así, mientras los primeros sirven para contextualizar, los últimos son útiles en tanto resuelven de manera retórica las motivaciones de los personajes.
Este reiterativo uso del recurso explicativo, sumado a la construcción arquetípica de los personajes -madre manipuladora, hermana débil, amante rufián, amiga comprensiva-, debilita el ritmo de la puesta y la acerca a las fronteras del melodrama.
Ello, el melodrama, produce efectos contradictorios. Pues, por un lado, simplifica los conflictos y las motivaciones de los personajes. Además de ello, genera una atmósfera edulcorada frente a una realidad -expuesta por la misma obra- bastante más que sombría.
Por otro lado, la realidad que expone ‘El arco iris en las manos’ no se encuentra lejana ni al melodrama ni a los arquetipos. Pues el rechazo familiar, el abuso emocional, las relaciones clandestinas, el servicio sexual como opción laboral, y una larga serie de prejuicios acompañan la vida de las mujeres transgénero en nuestra sociedad.
Así, Fung asume el riesgo de recorrer con presteza el territorio melodramático, a la vez que propone cadencia y detalle en la construcción de los universos personales de la protagonista. La sordidez de la escena sexual con un cliente, el erotismo de los encuentros con su amante, el sentido del humor y la complicidad de las amigas, la soledad de ‘Vandrea’ al ser expulsada de su casa, son compuestos con atildado pulso en la dirección y resueltos con talento y sensibilidad en las actuaciones.
La misma afirmación puede hacerse acerca del manejo de los planos espaciales, temporales y de la realidad; pues los tránsitos resultan claros y fluidos.
‘El arco iris en las manos’ es un drama familiar, un drama personal y un drama social. A través de un personaje, y su historia, pone en escena la voz de los que no tienen voz. Visibiliza a uno de los grupos más vulnerables de la sociedad. Compone sus universos alternado sencillez y complejidad.
Usa una anécdota simple en apariencia -una persona quiere estudiar-, que se pone en cuestión cuando se confronta con el pensamiento hegemónico -“los monstruos como tú solo sirven para puta o para peluquera”- y se enfrenta a él.
Por ello, aunque el happy end de cierre resulte demasiado edulcorado, deviene en un necesario balance ante la exhibición de deshumanización que rodea a la protagonista. Y es que esta combinación de visceralidad y esperanza es parte esencial del manifiesto implícito de la obra.
(*) Imagen tomada de aquí.
Dramaturgia: Daniel Fernández.
Dirección: Dusan Fung.
En escena: Tatiana Espinoza, Miguel Álvarez, Eduardo Ramos, Mariajosé Vega, Miguel Dávalos.
Asesora de contenido: Malú Machuca.
Asistente de dirección: Vanessa Geldres.
Producción General: Imaginario Colectivo.
Co Producción: Willy Guerra, Mónica Risi.
Escenografía: Eugenié Tazé.
Dirección Musical: Merian.
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