‘Laberinto’ es el título de la obra con la que la nueva Compañía de Danza de la PUCP realizó su primera presentación pública. En un medio pauperizado -por la escasez de auspicios, la dificultad para conseguir salas, la irregular existencia de fondos concursables, la poca difusión del trabajo de los artistas- es una buena noticia que una institución opte por financiar, albergar y sostener un proyecto de danza.
El montaje se concretó -junto con el soporte institucional de la PUCP- gracias al apoyo del Consejo Británico y el Teatro Británico, y contó con la dirección de la coreógrafa inglesa Lea Anderson.
En ‘Laberinto’, Anderson ofrece un universo basado en imágenes de criaturas míticas o imaginarias, tomadas de distintas fuentes. Así, por ejemplo, la iconografía prehispánica o la animación de ‘Betty Boop’ -entre otras referencias- influyen en tres esenciales características de la puesta en escena: la presencia de personajes fantásticos, la composición de imagen y movimiento en dos dimensiones y una apuesta estética por lo monocromático.
La estructura coreográfica es desarrollada por cuatro intérpretes, quienes recorren juntos el laberinto. Éste es demarcado, de manera abstracta y minimalista, por un cuadrilátero de luz en el techo del escenario. Los reiterativos traslados laterales y frontales que realizan los personajes grafican la evolución y forma -en líneas rectas, siguiendo el cuadrilátero- de su recorrido.
La composición se sostiene en secuencias de movimientos cortos, angulares y fragmentados; basados, principalmente, en la extensión y pliegue de las articulaciones. La mayor parte de estas secuencias se desarrollan sin mayor desplazamiento y con el torso en dirección al público. A ello se suma, en ocasiones y con diverso nivel de éxito, el aporte gestual de cada intérprete.
Esta propuesta de movimiento encuentra un soporte en el diseño del maquillaje y el vestuario. Ambos, en blanco y negro, fragmentan el cuerpo de los intérpretes, resaltando sus características individuales.
Sin embargo, durante el desarrollo de la obra, el encuentro entre movimiento y vestuario pasa de ser una decisión estética a un problema coreográfico. Y es que los movimientos cortos y fragmentados, el vestuario negro sobre un fondo oscuro, y la penumbra en diversas zonas del escenario, genera que no siempre se aprecie el detalle del trabajo de los intérpretes.
A ello debe sumarse la desigual capacidad de resolución entre los cuatro bailarines. La propuesta de Anderson requiere de una proyección de energía que no se sostiene en suspensiones o desplazamientos; sino en la combinación de precisión, rapidez y presencia escénica. Ello, además, desde la -casi- inmovilidad y con una permanente perspectiva de frontalidad.
Esto no impide que el planteamiento inicial de la directora sea ejecutado con claridad: “cuatro extraños coinciden en un viaje misterioso a través del tiempo y el espacio, que termina en el inframundo”. Anderson propone un encuentro, un recorrido y una evolución final. Ello se cumple siguiendo su pauta coreográfica.
Podría decirse, además, que la obra otorga distintos niveles de lectura, más allá de los análisis de sus componentes técnicos y estéticos. Y es que ‘Laberinto’ resulta una coqueta burla sobre la importancia de la imagen en la vida contemporánea; con su permanente exposición en dos dimensiones y su reiterativo y limitado conjunto de gestos. También puede interpretarse como una irónica metáfora de la imposibilidad de salir de los parámetros que la sociedad demarca.
Sin embargo, más allá de interpretaciones (im)posibles, ‘Laberinto’ deviene en un espectáculo tedioso. Esto se debe a la reiteración de su ritmo y patrones de movimiento, a su insistencia por la frontalidad, a su falta de sorpresa en el uso del espacio y a las ya mencionadas debilidades en la interpretación. Su apuesta por la imagen, si bien le otorga cierta solidez en su indagación estética, no llega a evolucionar de un modo que la trascienda.
No, al menos, de una manera en la que el personaje fantástico, tal como en la animación o la iconografía, explore la imaginación del espectador de modo que el reemplazar a la imagen ‘real’ resulte poético, atractivo y, también, tolerable.
Las animaciones contemporáneas, sin importar la complejidad del trazo, permiten evocar y sublimar. Desde la dulzura de ‘Persépolis’, hasta la dolorosa belleza de ‘Vals con Bashir’; pasando por el agudo sarcasmo de BoJack Horseman, o la alegre decadencia de Los Simpsons; la ausencia de un intérprete humano le resta patetismo y suma fantasía.
Pero, para ello, se requiere de una convención que lleve al espectador a los terrenos que la obra propone. En ‘Laberinto’, la convención se encierra en sí misma y parece quedarse atrapada en las indagaciones estéticas de la directora.
Es en este punto donde el estreno de la Compañía de Danza de la PUCP genera inquietudes. Este anhelado inicio invita a preguntarse sobre el derrotero que se piensa tomar; sobre los futuros retos coreográficos y escénicos, sobre los temas y contenidos que son de interés de sus responsables artísticos.
Mientras tanto, ¡existe una compañía de danza universitaria!
(*) Imágenes tomadas de aquí y aquí.
Dirección: Lea Anderson
En escena: Adriana Albán, Franklin Dávalos, Vanessa Ortiz, Luis Vizcarra
Asistente de dirección y coreografía: Pachi Valle Riestra
Composición musical: Steve Blake
Vestuario: Alonso Núñez
Diseño de luces y escenográfico: Mariano Márquez
Producción ejecutiva: Dania Granda
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