En el Teatro de la Universidad del Pacífico se encuentra en temporada ‘Salvador’, obra de teatro para toda la familia, dirigida por Fernando Castro.
‘Salvador’ muestra la historia de un famoso arquitecto que es convocado para la construcción de un puente que unirá dos pueblos. Durante la exposición de sus proyectos -que no satisfacen a los miembros de la comunidad- sufre un accidente que lo hace caer a un río. Mientras es arrastrado por la corriente recuerda imágenes de su infancia que le permiten entender -gracias a la aparición de sus profesores y compañeros de escuela- lo que debe hacer para mejorar en su vida y su trabajo.
La anécdota de esta obra propone un montaje en dos planos, una historia dentro de otra historia. Así, la primera representa al plano de lo ‘real’; donde los miembros de dos comunidades tienen un conflicto por resolver (la construcción del puente). La segunda historia se encuentra en el plano de lo fantástico: un viaje en el tiempo que muestra escenas de la vida escolar del protagonista.
En la primera parte del montaje un coro de actores se encarga de exponer el conflicto de ‘los pueblos del choclo y del queso’. Ellos portan como vestuario un sobretodo -de color neutro- que los uniformiza y fortalece la sensación de personaje-colectivo.
La estructura del texto -conformada por breves diálogos, frases y monólogos- propone una dinámica que intercala a la narración y la representación, así como a la participación individual y grupal de los intérpretes.
Para la segunda parte ‘Salvador’ presenta un giro en las convenciones teatrales. El diseño escénico -y escenográfico- cambia. Pasa, del espacio vacío del inicio, a la representación lúdica de un salón de clases. Ello, gracias a la presencia de tres elementos: una puerta, una pizarra y una mesa.
Por otro lado, la acción dramática ya no está a cargo de un coro. Son personajes identificables quienes la exponen y desarrollan: el protagonista, sus compañeros de clase, los maestros.
Finalmente, el arma narrativa deja de ser la palabra. Omitidos los diálogos y monólogos, la acción se desarrolla por medio del gesto, el ritmo, la acción física y la proxemia. De esta manera, el protagonista y sus dos compañeros exponen, con humor y ternura, la dinámica opresiva -e incluso cruel- de la educación escolar.
El sentido dramático de esta segunda parte se constituye a partir de la acumulación de situaciones específicas. Así, por ejemplo, un niño es obligado a no usar su mano izquierda, pese a ser zurdo; una niña alegre y activa se ve forzada a tener un comportamiento tímido y pasivo; un niño juguetón y dulce es presionado para ser violento y marcial. Éstas y otras anécdotas del montaje fundan, en conjunto, la reflexión principal de la obra: la manera en que la educación escolar restringe el desarrollo de la propia personalidad.
El director logra, pese a lo duro de la temática, evitar que el montaje posea un tono denso, melodramático o violento. Ello es conseguido gracias al cuidadoso trabajo de claun, el manejo del ritmo en cada cuadro, las variaciones sonoras entre escenas y el ya mencionado uso de la ternura y el humor.
‘Salvador’ concreta su ruta dramatúrgica, entre los dos planos que la conforman, con las escenas de desenlace. Ellas se inician con el rescate del protagonista por los miembros de la comunidad. A partir de ese momento, la obra decanta hacia un final feliz caracterizado por el cierre de los conflictos -se construye un túnel en lugar de un puente-, el festejo de los pueblos y la elaboración de la moraleja: cada persona es única y diferente.
La resolución dramática de la obra presenta una doble posibilidad de análisis. Por un lado, la complejidad y sofisticación de su estructura requiere de un espectador con algún tipo de entrenamiento teatral. Y es que la presencia de historias subordinadas, el cambio de lenguajes escénicos, la abstracción conceptual de la segunda parte, la alternancia de tiempo y espacio, son características que no resultan necesariamente fáciles de decodificar para un público infantil.
Sin embargo, si se incluye en el análisis elementos extra teatrales (como la posible dificultad del público infantil de interpretar la obra) vale la pena tener en cuenta que los niños no acuden solos a las salas de teatro. Por lo cual ‘Salvador’ es un tipo de montaje que genera la posibilidad de una necesaria dinámica post-teatral: la conversación entre niños y adultos acerca del espectáculo.
‘Salvador’ es un montaje que resuelve con solvencia los retos de una dramaturgia compleja. Alterna estilos, lenguajes, escenografía, diseño y color para construir dos universos identificables. Suma a éstos elementos la presencia de un personaje que compone en vivo las atmósferas sonoras que potencian el tono de cada escena.
‘Salvador’ destaca por el breve uso de la palabra y la adecuada resolución dramática sin ella. Las capacidades físicas, lúdicas e interpretativas de sus actores sostienen escenas largas y complejas. Ellos consiguen que el drama sea expuesto en un tono dulce y risueño.
En ‘Salvador’ se puede identificar la intención de reconocer la presencia del público adulto (lo cual refuerza el concepto de espectáculo ‘para toda la familia’). Ello se aprecia no solo en la reflexión sobre la educación escolar, sino también en la referencia humorística de algunas de las taras de nuestra sociedad. Y es que la dinámica conformada por la dificultad para llegar a acuerdos, seguida de la búsqueda de ‘alguien’ que solucione los problemas, y la posterior insatisfacción con ese ‘salvador’, se encuentra presente en ‘los pueblos del choclo y del queso’ y en nuestra realidad social. El montaje, con su tono lúdico, opone a estas tensiones la posibilidad del acuerdo colectivo, la unión de las comunidades y un fin de fiesta con música popular.
(*) Imagen tomada de aquí.
Dirección: Fernando Castro Medina.
Dramaturgia: Federico Abrill, Alexa Centurión, Eduardo Ramos.
Concepto: Eduardo Ramos.
En escena: Monserrat Brugué, Andrea Fernández, Eduardo Ramos, Lilia Romero, Diego Sakuray, Rolando Añorga, Diego Pérez, Sebastián Ramos.
Asistencia de dirección: Beatriz Heredia.
Dirección de arte: Beatriz Chung.
Música: Lilia Romero.
Diseño de iluminación: Julio Beltrán.
Producción general: la Nave Producciones, Centro Cultural Universidad del Pacífico