“La única respuesta que puede darse a este crimen es convertirlo en un crimen de todos. Compartirlo. Como las ideas de igualdad, de fraternidad. Para soportarlo, para tolerar la idea, compartir el crimen.”
Marguerite Duras, ‘El dolor’.
Concluyó la temporada de ‘El dolor’, adaptación del texto de Marguerite Duras, dirigido por Alberto Isola. Este unipersonal, interpretado por Alejandra Guerra, se presentó en distintas ciudades del país bajo la coproducción de ‘Escena Contemporánea’ y la Alianza Francesa.
‘El dolor’ narra los recuerdos de una mujer durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la posguerra. Ella aguarda el retorno de su esposo prisionero. Esta espera la sumerge en profundas cavilaciones y en un viaje emocional que transita por la expectativa, la incertidumbre y la desesperanza.
El relato refleja una realidad social de caos y desinformación en la Francia de la posguerra. Muestra el lento retorno de los prisioneros liberados, la dura realidad de los deportados, el inicio de una nueva organización social y el ascenso de los vencedores al poder.
Así, el texto de Duras es el testimonio de una mujer que espera, pero también es un manifiesto político. Las emociones y reflexiones de la protagonista evidencian el fatídico lugar que ocupan las mujeres en los conflictos bélicos, a la vez que señala a la paz como un mecanismo del olvido. Se cuestiona a la humanidad por su capacidad de cometer las barbaridades de la guerra, mientras pone en evidencia el accionar de los políticos de la derecha francesa y la iglesia católica.
La narración es directa en sus señalamientos y extrema en sus emociones. Repasa los horrores de la guerra y, con ello, pone en juego el equilibrio emocional de la protagonista y la sensibilidad del espectador.
Alberto Isola evita al público ciertos extremos del texto original. Así, las descripciones del estado de salud del esposo, o la relación posterior a su retorno, son omitidas en esta versión. Lo mismo sucede con los señalamientos políticos más radicales. ‘El dolor’ de Isola se centra en las emociones de la espera. Y lo hace sin prescindir de la dureza de la narración y lo contundente de las reflexiones.
El montaje propone limpieza y sencillez. El espacio escénico es pequeño, con dos puertas a cada lado. El diseño de luces es igualmente austero. Solo un abrigo y un teléfono acompañan a la actriz. Así, la apuesta escénica se centra en la potencia del texto y el manejo de las emociones de la intérprete. Éstas, las emociones, se exponen en una frecuencia controlada. La intérprete no se somete a los extremos del texto, pues no hace falta. En lugar de redundar en el dolor, lo contiene y lo dosifica. Con ello, sus textos, entonaciones, desplazamientos y pequeñas acciones componen un trazo cuidadosamente trabajado.
Este ritmo que propone el montaje permite que las ciertas cavilaciones del personaje tengan un lugar especial dentro del mismo. Así, al mencionar a los miles de cuerpos abandonados en las cunetas, a la paz como “el comienzo del olvido”, o a “la espera de las mujeres de todos los tiempos (…) la espera de los hombres volviendo de la guerra”, resulta difícil no asociar estas ideas con la memoria de nuestra historia reciente. Sin embargo, como esta asociación no es explícita queda a merced de la interpretación personal de cada espectador.
Y es acá donde surge un espacio de conflicto.
Pues, por un lado podría afirmarse que el arte -en este caso el teatro- no requiere de ser explícito. Sin embargo, como ya se mencionó anteriormente, esta versión de ‘El dolor’ omite señalamientos políticos directos presentes en el texto original. Esta edición de contenidos podría invitar a pensar que se busca evitar las afirmaciones controversiales. Y con ello, inevitablemente, que permanezcan las ideas más políticamente correctas.
Esta decisión permite, entonces, que ciertos enunciados de la protagonista respondan a su contexto original y, si se da el caso, se asocien a nuestra historia reciente. Pero le niega a otras ideas la misma posibilidad.
La presente reflexión no pretende ser una demanda política o ideológica sobre el montaje o su director. Aunque sí aspira a una reflexión sobre ciertas verdades asimiladas respecto a la práctica teatral, especialmente a la que parte de un texto dramático. Una de estas ‘verdades’ es la que afirma que una obra universal se dirige a todos los pueblos en todos los tiempos.
Valdría preguntarse entonces qué define a una obra como universal. Del mismo modo cabe la reflexión sobre la importancia -o no- de potenciar en escena las posibles asociaciones locales de un texto de otro tiempo y latitud.
En esta versión de ‘El dolor’ él texto de Duras y la intérprete habitan un universo de limpieza y austeridad. El caos introspectivo convive junto a la paradoja de un cotidiano donde la esperanza y el pesimismo viajan unidos. El trabajo de la actriz construye el trazo escénico que la contiene y le permite administrar con sensibilidad y ritmo las vibraciones emocionales de un texto potente y directo. Así, se logra componer un ambiente de mesura que evita la tentación de sumergirse en los extremos que el texto propone.
(*) Imagen tomada de aquí.
Dirección: Alberto Isola.
Dirección adjunta: Nadine Vallejo.
Dramaturgia: Marguerite Duras.
En escena: Alejandra Guerra.
Diseño de iluminación: Rolando Muñoz.
Musicalización: Alberto Ísola.
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